domingo, 27 de octubre de 2013

Percusión

                No es algo de lo que esté orgulloso. Ni siquiera me lo planteé con anterioridad. Pero, sea como fuere, lo único cierto es que el tiempo ha pasado y no se ha parado ni un momento a esperarnos.

                ¿Se han esfumado ya dos años? Parece mentira, así es. No me olvidé aún del tintineo del cristal de la mesa, de mis rabietas, de mis negativas a pasar la tarde allí. Lo odiaba, de verdad que lo odiaba, lo odiaba porque no lo podía entender. No quiero que me malinterpretes, claro que quería estar contigo, pero es solo que aún no lo sabía. Mis preocupaciones no se encontraban allí entre franela y braseros, entre aspas de ventilador y puertas que entonces no se podían abrir.

 Yo solo era un niño, un niño al que secuestraban para llevarme a un lugar de mayores, a sentarme en una butaca donde la diversión siempre ganaba al escondite.

                Ahora, hoy, no sé si será cosa de Skillet y su Lucy, del cambio de hora, porque es domingo, porque llueve o porque es otoño (probablemente sea esto último, Yoli siempre dice que el otoño es para echar de menos) pero me viniste a ver.

                ¿No es curioso lo bien que maquilla la ausencia el tiempo? Hoy al lavarme la cara cayó el telón dejando desnudos los bastidores.

                Ahora, hoy, no sé si será cosa de que te echo en falta, pero dejaría a un lado mis horas de diversión por unos cuantos minutos a tu lado, por conocerte mejor, por volver a oír la melodía de tu sordo concierto de percusión. Las cambiaría por todas aquellas veces que te hacías como que no oías, adrede, bromeando; por los millones de anécdotas e historias. Las cambiaría por un simple abrazo tuyo, sin mediar palabra. Las cambiaría por todos esos besos al saludarnos y despedirnos (solo que en esta ocasión sería yo el que te pinchase a ti, si me vieras con esta barba… ¡menuda me caería!).

                Como ya te dije, el tiempo no nos esperó. Los días pasan, las nubes continúan su camino, las hojas se caen y se vuelven a levantar. Nada parece haber cambiado, nada aparte del vibrar del cristal bajo tus dedos, nada aparte de tu media sonrisa y de tu calor.

                No te preocupes, no será así por mucho tiempo más. Hablaré con papá. Quiero volverte a ver, este viernes te iremos a ver.


                Te quiero.