domingo, 3 de mayo de 2015

No solo Mario Benedetti es un parcial irrescatable

¿Por qué te repito las cosas una y otra vez? ¿De qué vale hablar esto de nuevo contigo?
Que sí, que no te enteras. Que sí, que me oyes pero no me escuchas. Que yo eso ya lo sé. Pero es que parece que no me quisieras creer.

Que escribir sobre sentimientos no significa que tu corazón lata a su compás. Que los escritores mienten. Que la música también te engaña. Que perspectiva no es más que una excusa para volverse del revés.

Mira que te lo he repetido veces, pero es que no te quieres enterar. Que hay flores que duran solo un día. Que todo es más verde y bonito en primavera.

Pero mira que te has caído veces, pero es que no te quieres enterar. Que el verano no sabe de agendas. Que es tierra de olvido y nadie le sobrevive. Que de nada valen las citas en la playa, los viajes a Madrid ni un bono de clases particulares. Que es culpa del Sol. Sí, has leído bien, del Sol. Que es culpa del Sol que seca las flores y apaga los colores.

¿Cómo quieres que te lo explique?

Que para quien se quiere enamorar le basta una mirada, una sonrisa en una estación o un beso con la nariz azul.

Que sí, que no te enteras. Que no todos son como tú. Que no solo Mario Benedetti es un parcial irrescatable. Que tú también eres un caso perdido. Que a la gente le da vértigo la caída libre. Que no disfrutan de la velocidad porque solo conocen el efecto túnel. Que asentir no es lo mismo que comprender.


Después de todo, amigo, te admiro. Te admiro porque vestido de sinceridad no lucirás la mejor coraza. Te admiro porque la sinceridad es una espada sin filo

Te admiro porque a pesar de que no ganarías ninguna batalla ahí fuera, la sinceridad es la mejor dama con la que uno se puede ir a la cama y al final, ¿no es allí donde se libran las guerras que tú quieres ganar?

jueves, 25 de diciembre de 2014

No eres tú




26/12/2014

Quiero que te olvides de los martes, que te olvides de mí.

No eres tú.

Es ella, que me pone cabeza abajo, manos arriba. Es ella, que con una sonrisa se basta. Es ella, que a codazos con las matemáticas me pregunta si es una más. Es ella, que hace tiempo que se prometió que no creería en un para siempre.

Y luego soy yo, trapecista estrella en la noria de mi cuarto, funambulista invitado en la cuerda de su vida. Soy yo, que no me sé la tabla del 8. Soy yo, empeñado en ser el último.


No eres tú, pero tampoco lo son el resto. Es ella, que es domingo

domingo, 30 de marzo de 2014

San Petersburgo

Era noviembre en tu palacio de invierno. Lluvia en el jardín. Las gotas tocaban en la ventana, buscando llamar la atención. Dentro, el salón. 

Dentro, madera de nogal en el suelo, fuego en las paredes y una gran alfombra roja donde bailar de puntillas.
Gira el tocadiscos y suena un jazz entrecortado. Es noviembre en tu palacio de invierno y nadie se libra del frío. Al fondo, la escalera de caracol. Negra, de forja, de esas que tanto marean pero que tan bonitas quedan con la madera del suelo. Arriba, tú.

Foto de Rafa García
Arriba tú, que me miras de soslayo sin atreverte a bajar. Vacilas. Abajo yo, que me había olvidado un domingo de lluvia, de lo que era calarse hasta los huesos. Me ofreces algo caliente de beber. No quieres que corra la suerte del tocadiscos

Abajo la alfombra, una taza de té caliente, y tú de puntillas. Te tapo los ojos. Un shhs al oído. Te tomo de la mano. Media vuelta buscando un final alternativo.

Era noviembre en tu palacio de invierno y olvidé que no querías color en tu historia en blanco y negro. Lluvia en el jardín. Carreras de gotas de agua dentro.


viernes, 7 de febrero de 2014

De la antítesis

Que estuviese moviendo el té no habría sido noticia de no ser porque no usaba cuchara. Se llevó el dedo a la boca preguntando sonriente: ¿qué? Nada, nada- respondí sacudiéndome el sopor-. Esa noche no había pegado ojo.

Hacía poco más de un año que nos conocíamos y aún seguía siendo una gran incógnita. Aparecía y desaparecía del mismo modo que el sol un febrero por la mañana. Le gustaba esconderse entre mis sábanas, llamarme a gritos te quiero, para luego tratarme con la (in)deferencia que se trata a un extraño. Adoraba los días grises y oscuros, las noches largas, la luz encendida. Odiaba la lluvia y las nubes, los días cortos, el interruptor arriba. Se quejaba de los llantos entre lágrimas. Era una suerte de gato negro, ojos jade, que decidió cruzarse en mi camino. Era todo y nada.

Recuerdo, como recuerdo cada segundo, la primera vez que me miró. Fatalidad. Abracé aún más fuerte mi consabido radicalismo. Salté al vacío sin detenerme a mirar dónde quedaba el suelo. Ella se mordía desnudo, el labio. La segunda vez que me miró, ya estaba arriba. 

Le gustaba bailar con las olas, pero se ahogaba en un vaso de agua. Era el pero de esa frase que empieza en sí y muere en no. Blanca y pura cocaína. Le gustaban los juegos. Le quemaba la voz el orgullo. Habría dicho quién era, creí reconocer su coreografía hasta que me cogió de la mano entre giros y piruetas.

Siendo sincero, la conocí. Siendo sincero, no la conozco. ¿Quién es? ¿Qué quiere?

¡Oye!-increpó a mi ausencia-. Perdona, solo pensaba en mis cosas- repliqué-. Se terminó el té de un sorbo mientras nos levantábamos y salíamos.

 Fuera nos dio la bienvenida la realidad. Me miró cómplice. Sus ojos dijeron: estoy segura de que te quieres conmigo. Su boca susurró: me voy. Y ella se fue con el viento.